Descubre Plasencia

Descubre Plasencia

Imagen bajo licencia CC de José Antonio Cotallo López

A pesar de su pequeño tamaño, España es el tercer destino turístico, por detrás de Francia y Estados Unidos. Solo durante el 2012 más de 58 millones de personas de todo el mundo decidieron pasar sus vacaciones en nuestro país. Gran parte de este mérito se lo debemos a ciudades como Barcelona, Granada o Madrid, así como a la costa del Levante, la del Sol o a las Islas Baleares y Canarias. Pero al margen de estos atractivos turísticos de masas, lo que hace especial a España son las pequeñas y medianas ciudades con siglos de historia a sus espaldas que encontramos a lo largo y ancho de la península. Plasencia, localidad extremeña fundada en el siglo XII, es un claro ejemplo de un tipo de riqueza monumental de la que muy pocos países pueden presumir.

Al norte de la provincia de Cáceres, a orillas del río Jerte y en plena Ruta de la Plata, se levanta la preciosa ciudad de Plasencia. Nos tenemos que remontar muchos siglos atrás para encontrar el origen de la ciudad, poblada anteriormente por romanos y árabes hasta la Reconquista efectuada por el rey Alfonso VIII de Castilla en 1186. Sin embargo, no fue hasta el siglo XV cuando la nobleza de la región se trasladó a la ciudad y definió su fisonomía actual construyendo casas nobles; palacios; edificios eclesiásticos y conventos como el de Santo Domingo (s. XV-XVII), actualmente Parador de Turismo. Tal es la riqueza arquitectónica concentrada en pocos kilómetros cuadrados que el casco histórico, un auténtico parque de atracciones para los amantes de la arquitectura, fue declarado Bien de Interés Cultural en 1958.

Hacer un listado de los edificios y monumentos a visitar en Plasencia es una tarea ardua, pues en la misma ciudad podemos encontrar vestigios romanos, medievales, románicos o góticos. En su trazado medieval aún se conservan restos de muralla en forma de torreones y puertas, como la del Sol. Destacan también la Catedral Vieja (s. XIII), románico tardío, y la Catedral Nueva (s- XVI), en la que encontraremos interesantes elementos góticos, renacentistas y obras de los hermanos Churriguera en algunos los retablos. Al margen de estos dos grandes templos, la ciudad está moteada por numerosas iglesias y ermitas más pequeñas, algunas edificadas sobre antiguas construcciones musulmanas. El hecho de que importantes familias de la región eligieran Plasencia como lugar de residencia ha ayudado a que hoy podamos disfrutar también de una buena muestra de arquitectura palaciega: los palacios de Monroy y el de las Dos Torres, ambos de estilo románico, son solo dos ejemplos. Despuntan también el Palacio Episcopal, el Palacio Carvajal-Girón y el de los Marqueses de Mirabel, de plateresco extremeño.

Por si estas riquezas culturales fueran pocas (asumiendo que nos dejamos muchas en el tintero), los alrededores de Plascencia son tan interesantes como la propia ciudad. Por ejemplo, tenemos la ocasión de pasear por la Ruta de la Plata, una antigua vía de comunicación romana que une el sur de España con el norte, hacia Santiago de Compostela. Muchas personas eligen este camino para hacer peregrinación a Galicia, ya sea a pie o en bicicleta. También a escasos kilómetros de Plasencia empieza uno de los valles más bonitos del país: el Valle del Jerte. Este cañón es un auténtico espectáculo en primavera -finales de marzo-, cuando los millares de cerezos que pueblan las laderas florecen a la vez y lo convierten en un manto de hojas blancas. Si este precioso valle se nos queda corto, muy cerca podemos explorar la Sierra de Gata, el Valle de Ambroz o las famosas Hurdes.

Queda claro que Plasencia, a pesar de contar con solo 41.000 almas, no es una ciudad en la que quedarse parado. Ya sea paseando por su casco histórico haciendo senderismo por la Vía de la Plata o el Valle del Jerte esta tierra nos pide movimiento. Por suerte, la región también destaca por tener un sinfín de restaurantes, bares y tabernas que ofrecen platos propios de una gastronomía muy particular. En este sentido, en Plasencia podemos degustar las típicas migas extremeñas, pero también caldereta de cabrito; ensalada de zorongollo (a base de pimientos asados); trucha; pucherete de perdiz; morcilla de kiko (con hígado encebollado); palomita (ensaladilla rusa sobre corteza de trigo); compota de higos de la Vera o queso fresco cubierto de miel y polen, sin olvidar el delicioso jamón ibérico de la Dehesa de Extremadura ni las cerezas del Valle del Jerte.

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