11 hechos que solo entenderás si tienes pueblo

Si tienes pueblo, sabrás de lo que hablamos cuando decimos que «el pueblo es el pueblo» y que, aunque ya haga unos años que no te pasas por sus fiestas, los veranos allí han sido los mejores años de tu vida. 

De pequeño, ya te podían ofrecer unas vacaciones en la playa o en cualquier ciudad del mundo, que si coincidían con la temporada de fiestas en tu pueblo, siempre decías que no. Una vez allí, nada más importaba. Te adentrabas en una burbuja de la cual no querías salir, al menos, hasta que llegase septiembre. Porque sí, «el pueblo es el pueblo» por muchas razones:

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1. Cuando haces la maleta, sabes a lo que vas

Y por eso, metes de todo como si te fueses para no volver: alguna chaqueta (o el abrigo en casos extremos), algún modelito para arreglarte, bañador (lo mismo tu pueblo es un secarral pero como es verano tú lo metes) y sobre todo ropa cómoda. Además, nunca te preocupas, porque si se te olvida algo, tu madre siempre guarda en el pueblo aquel jersey horrible que te cayó en un cumpleaños y que nunca usas o esas sudaderas con publicidad del banco que os regalaron cuando tus padres domiciliaron la cuenta, muy útiles para cuando refresca por las noches en la plaza y no tienes una rebequita a mano. 

2. Lo que pasa en el pueblo, se queda en el pueblo

Todos sabéis todo de todos, pero jamás sale del pueblo. Parece automático, es entrar paseando por la calle principal y el modo maruja se te activa solo. Casi sin darte cuenta, te enteras de la borrachera que se pilló el otro día el hijo del alcalde o que Amancio el del tractor se ha comprado un terreno. Pero el cotilleo nunca sale del pueblo, porque, entre otras cosas, sabes que nadie de fuera te entendería.

3. No importa cuánto tiempo pase sin ver a tus amigos, cuando vuelves, todo sigue igual

Los amigos del pueblo son como hermanos. No tienes claro si son tus mejores amigos, y tampoco es algo que te preocupe. Conoces a la familia de todos, y en sus casas te han hecho miles de bocadillos de chocolate cuando eras pequeño. Tu pandilla del pueblo lo es todo durante los meses de verano y, una vez llegas a casa, quizá no volváis a veros hasta el verano siguiente. Pero a ti eso te da igual, hay confianza suficiente como para que, al reencontraros, todo entre vosotros esté exactamente igual que el año anterior.

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4. Quién necesita coches teniendo bicicletas

La bici fue tu medio de transporte oficial entre los 6 y los 17 años, y eso es una realidad. La cicatriz de tu rodilla de aquella vez en la que bajaste la cuesta sin frenos porque eras el más valiente del lugar, lo corrobora. Ya sea para ir a casa de tu amigo a 20 metros o para ir de excursión a tomar un helado al pueblo de al lado a 5 kilómetros, siempre has ido en bici. También, a partir de los 15-16, siempre estuvo el espabilado del grupo al que le compraron una moto. Y lo cierto es que lo echas de menos. Tranquilo, es normal, recuerda que han sido los mejores años de tu vida.

5. Descubriste tu faceta como arquitecto

Cada año, tú y tus amigos os emperrabais en construir la cabaña definitiva, que a la semana siempre acababa derruida sospechosamente por el grupo de «los mayores» (niños de 12-14 años que para ti en aquel momento eran toda una institución). Pero vosotros os quedabais conformes sabiendo que por un momento fuisteis la envidia del pueblo con la enorme mansión que habíais construido entre los árboles a base de ramas, cartones, maderas y esterillas viejas.

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Autor: Chris Lawton

6. El pueblo entero vivió tu primera borrachera

Una borrachera posiblemente precoz, como otras muchas primeras veces precoces que seguro que viviste en tu pueblo y que, bueno, quizá es mejor no recordar. Todos tuvimos ese amigo mayor que nos hizo espabilar antes de tiempo durante aquellas fiestas en las que te bebiste tu primera copa y ya creías ir casi etílico. Años después, descubrirías que no. Desde entonces, has ido practicando y mejorando tu técnica. Llegó un año en el que saliste de tu pueblo para ir a las fiestas del de al lado, y poco a poco has ido conquistando nuevos territorios en los que te has ido bebiendo el agua de todos los floreros ajenos. Actualmente, tus amigos y tú es posible que tengáis controladas las fiestas de toda la provincia, y dudáis en ir a algunos que «total, solo está a hora y pico en coche». 

7. Cada verano has demostrado tus dotes como croupier

Te sabes todos los juegos de cartas existentes en la cultura de la baraja española, y de hecho es posible que hayas llegado a inventarte uno cuando, tras una tarde entera jugando a Mentiroso o a Burro, habéis acabado un poco hartos. Aprendiste a barajar como los magos más profesionales para fardar delante de todos, y las partidas de por la tarde frente al bar del pueblo o en la piscina eran un acontecimiento intocable e inamovible.

8. Si la orquesta no tocaba determinadas canciones, es que no era buena

¿DJ? ¿Discoteca móvil? ¿Qué es eso? Tú siempre has sido fiel a las orquestas de toda la vida, las de Se te nota en la mirada y las que hacían de la lentejuela un universo paralelo. Pero, ya podía cantar bien la vocalista que, si llegados a un determinado punto de la noche no habían tocado Chiquilla, Fiesta Pagana, Ska-p o Fito y Fitipaldis, es que la orquesta no era de fiar. Dicen las malas lenguas que, en los pueblos más crueles, las malas orquestas acababan en el pilón. Pero gracias a todas ellas (buenas y malas), te sabes parte de la discografía de Rocío Dúrcal y los pasodobles de Manolo Escobar, y seguro que también lo has dado todo cuando cantaban alguna de La Oreja de van Gogh o Estopa.

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9. Saludas a todo el mundo

Aunque no los conozcas, ellos a ti sí. Saludar en un pueblo es algo obligatorio, forma parte del encanto. Además, en tu pueblo, de cara a la población mayor de 60 años, pierdes por completo tu nombre y pasas a ser el hijo de la Mari Carmen, el nieto del Fulgencio o el sobrino pequeño de la Encarni. Pero, cuidado. Puede que duden, y es entonces cuando te preguntarán que «de quién eres». 

10. Solo comes o duermes

O ambas a la vez. Ir al pueblo es ahorrar gasolina en el viaje de vuelta, puesto que perfectamente podrías volver rodando. Ir al pueblo es levantarse tarde con o sin resaca y comer como si no hubiese un mañana porque «hemos hecho comida y ya no la vamos a tirar». Ya has probado el catálogo entero de helados que hay en el bar, con polos y cucuruchos del Paleolítico que tú te sigues merendando a pares. Y siempre, siempre cae al menos un día de barbacoa con tus amigos. Porque sí, aunque en tu día a día seas un maniático del postureo, cuando llegas al pueblo te conviertes en un devoto de los días de paella gigante, de los dulces típicos, de las salchipapas en fiestas y del bocadillo de panceta. 

11. Tu pueblo es el mejor

Y es que, como tu pueblo no hay ninguno. Te dan igual los demás. Ya has madurado y, por tanto, superado tu enemistad con el pueblo de al lado, pero sigues pensando que «tu pueblo es tu pueblo» y, por tanto, mueres de ganas por volver cada año, por mucha playa o destino paradisíaco que se ponga por medio.

Venga, que aún estás a tiempo de cerrar la temporada de fiestas. No lo dudes más y disfruta de las mejores fiestas de pueblo (las tuyas). Hazte con tus billetes en www.alsa.es.

#MuéveteMÁSconALSA